viernes, 28 de febrero de 2014

Homoparentalidad

Trataremos en este post acerca de las familias homoparentales, es decir, de aquellas en las que los progenitores son gays o lesbianas, prestando especial atención al debatido asunto de su idoneidad o no para asumir la adopción de niños.  Un asunto lastrado por largos años de tratamiento sesgado y por la presencia y utilización de tópicos y preconceptos interesados (basados muy frecuentemente no en experiencias personales sino en creencias trasmitidas culturalmente) sobre los cuales es necesario realizar un ejercicio de reflexión lo más objetivo posible. Algo en lo que es preciso partir de una premisas relativamente evidentes como la de considerar que los padres homosexuales son, al igual que los heterosexuales, un grupo muy diverso; o la de que están afectados por prejuicios que les afectan negativamente (pérdida de la custodia de sus hijos, restricción del régimen de visitas, dificultades a la hora de adoptar). 

La investigación sobre adultos homosexuales comenzó a finales de los 50 y culminó con la desclasificación de la homosexualidad como trastorno mental en 1973. Por su parte, la relativa a paternidad en homosexuales es relativamente reciente. Comenzó sólo en torno a 1978 con el cuestionamiento de la validez externa de las investigaciones preexistentes, sobre la base de la falta de representatividad de las muestras utilizadas, pero ha registrado un avance que ha arrojado datos de interés. Algunos de ellos los ofrecemos a continuación, dividiéndolos en dos grupos: referentes a padres homosexuales y a hijos de familias homoparentales; y contraponiéndolos, en cada caso, a los preconceptos más extendidos en relación con cada uno de estos grupos.

1) Padres homosexuales:
PREJUICIOS  EXISTENTES:
- No son aptos para ser padres.
- Están mentalmente enfermos.
- Las madres homosexuales son menos maternales que las heteosexuales.
- Los padres con pareja homosexual dedican poco tiempo a las relaciones padre-hijo, sobre todo los hombres.

DATOS OBJETIVOS:
- Hace más de 40 años que las asociaciones americanas de psicología y psiquiatría dejaron de considerar la homosexualidad como un trastorno mental.
- Varias décadas de investigación reflejan que la orientación homosexual no es un desajuste psicológico.
- Las investigaciones llevadas a cabo no encuentran datos que permitan establecer que las personas homosexuales no son, de hecho, aptos para funcionar como padres.
- Según un estudio del equipo de María del Mar Gónzalez (departamento de psicología evolutiva y de la educación, Universidad de Sevilla) sobre el desarrollo infantil y adolescente en familias homoparentales: son padres y madres con una alta autoestima y buena salud mental, así como flexibles en sus roles de género, disponiendo de recursos económicos suficientes para cubrir las necesidades materiales de sus hijos. Conocedores del desarrollo infantil y con ideas evolutivo-educativas fundamentalmente "modernas" o "actualizadas" que llevan a una mayor implicación en la crianza y educación de los hijos/as. Un estilo educativo "democrático", caracterizado por niveles altos de comunicación y afecto, exigencias de responsabilidades y disciplina razonada. Son padres y madres que mayoritariamente consideran la parentalidad o la maternidad "lo más improtante de sus vidas" y cuyo valor educativo principal es "el respeto a los demás y la tolerancia". Son padres y madres que disponen de un amplia y variada red de personas, con las que mantienen contactos frecuentes, y que les prestan apoyo emocional e instrumental del que se sienten altamente satisfechos. Cuentan con el apoyo y la implicación de sus familias de origen (abuelos, tios, etc.).

2) Hijos de padres homosexuales (que viven con un padre homosexual solo o con una pareja homosexual):
PREJUICIOS EXISTENTES:
- Presentarán alteraciones en su identidad de género y en sus conductas de rol de género, se convertirán en homosexuales.
- Serán menos saludables psicológicamente: tendrán más vulnerabilidad a los trastornos mentales, más dificultades de ajuste y evidenciarán más problemas de conducta.
- Experimentaran más dificultades en las relaciones sociales (serán estigmatizados, traumatizados y les tomaran el pelo los compañeros).
- Es más probable que sean objeto de abusos sexuales por sus padres o por los compañeros o amigos de ellos.

DATOS OBJETIVOS:
a) Identidad sexual:
- Identidad de género (autoidentificarse como hombre o mujer): no hay evidencia de la existencia de dificultades en los hijos adolescentes de padres homosexuales.

- Conductas de rol de género (actividades, ocupaciones, gustos considerados socialmente masculinos o femeninos): los hijos de padres homosexuales no difieren en su comportamiento o gustos de los hijos de padres heterosexuales (programas de televisión favoritos, juguetes, juegos). Poseen buen conocimiento de los roles de género, es decir, de lo que la sociedad considera más apropiado para hombres y mujeres.

- Orientación sexual: en todos los estudios realizados, la gran mayoría de los descendientes de padres homosexuales (hombres o mujeres) se consideran heterosexuales. Los efectos de la exposición de los hijos a padres homosexuales no parece tener efecto sobre su orientación sexual.

b) Desarrollo personal:
- No tiene fundamento empírico la creencia de que los hijos de padres homosexuales sufren déficits en su desarrollo personal (conductas problemáticas, autoconcepto, personalidad, locus de control, inteligencia y juicio moral). Presentan buen ajuste emocional y comportamental.

- Las reacciones de los adultos importantes en el ambiente de los niños influye en cómo los niños reacciomam al descubrimiento de la homosexualidad de sus padres. Luego, per se, los niños no tienen una reacción negativa, si no que depende de la reacción de los adultos importantes de su entorno.

- Su autoestima se sitúa en los valores medios-altos. Los hijos que conocen en la infancia la homosexualidad de sus padres presentan mayor autoestima que los que lo conocen en la adolescencia; probablemente porque en la infancia no se tienen interiorizados aún los estereotipos negativos o prejuicios sociales hacia la homosexualidad.

- La vida cotidiana de estos chicos y chicas se caracteriza principalmente por la estabilidad en las rutinas diarias y de las actividades desarrolladas durante los días escolares y la variedad de experiencias que introducen los fines de semana. Las actividades de tiempo libre que desarrollan son idénticas a las de sus compañeros de clase. Muestran una aceptable competencia académica, obteniendo niveles entre medios y altos. 

c) Relaciones sociales:
- Las investigaciones revelan un desarrollo normal en las relaciones con sus compañeros. No se encuentra discriminación en cuanto a popularidad, aceptación... Están integrados en su grupo de clase, en el que disfrutan de una aceptación social en sus niveles promedio, al tiempo que disponen de amigos o amigas íntimos.

- Las relaciones padres-hijos presentan una valoración positiva, tanto con gays como con lesbianas.

- Los hijos de homosexuales se relacionan con adultos homosexuales y heterosexuales. No se encuentra perjuicio en que los niños estén circunscritos en círculos homosexuales.

d) Abusos sexuales:
- La gran mayoría de abusos sexuales sobre niños se realiza entre un hombre adulto heterosexual y una niña, en contra de culquier otro prejucio.

- La evidencia muestra que no son más probables los abusos sexuales sobre niños por parte de hombres homosexuales que por parte de heterosexuales.

 El estudio del citado equipo de María del Mar Gónzalez sobre el desarrollo infantil y adolescente en familias homoparentales concluye:
- No hubo diferencias estadísticamente significativas entre los chicos y chicas de familias homoparentales y los procedentes de familias heteroparentales en competencia académica, competencia social, autoestima, ajuste emocional y comportamental, conocimiento de los roles de género, aceptación e integración en su grupo o aceptación de la diversidad social.
- Aparecieron diferencias en dos medidas parciales:
1) Los chicos y chicas de familias homoparentales mostarron mayor flexibilidad en los roles de género.
2) También mostaron mayor aceptación de la homosexualidad.

viernes, 21 de febrero de 2014

Sobre el apego en niños adoptados y las disfunciones de la parentalidad

El apego es un vínculo afectivo especial que establece un individuo respecto a otro que entiende como importante e irremplazable, por presentar las siguientes características: base segura, búsqueda de proximidad con respecto a la figura de apego, especificidad de la figura de apego (en la infancia suele ser la madre y/o el padre), protesta de separación y modelos internos operativos, relativamente estables, inconscientes y consistentes, que reflejan la percepción que tiene el sujeto sobre la accesibilidad y la capacidad de respuesta de la figura de apego.

Para que un niño sea dado en adopción, es necesario que sus padres biológicos hayan renunciado a él. En la mayor parte de los casos, esta renuncia implica abandono. Desde el punto de vista psicológico el abandono se refiere al corte o no-existencia del vínculo afectivo (Hermosilla, 1989). El niño que es abandonado por sus padres es agredido en todas las áreas de su desarrollo, esto es, en los afectos, en su desarrollo físico, intelectual y moral. Es la agresión máxima a un ser desprotegido. El proceso de adopción, definido como “el hecho voluntario y legal de tomar y tratar al hijo de otros padres como hijo propio”, supone el inicio de un vínculo de apego nuevo, no obstante la mayoría de los niños adoptados logran una buena adaptación, promoviendo un apego seguro. La adopción puede tener los efectos terapéuticos que tiene toda relación humana profunda, al permitir que se establezca un vínculo estable con una o más figuras no rechazantes. Una vez establecido este lazo padres-hijo y la adaptación y seguridad del menor es totalmente contraproducente la ruptura del vínculo o la vivencia de un nuevo abandono por parte de los progenitores. La separación o pérdida de una figura de apego provoca malestar, tanto en el niño como en el adulto. Las reacciones normativas a la pérdida incluyen protesta y tristeza, y se consideran una consecuencia de la ausencia de la figura de apego, que activa los sistemas motivaciones innatos de búsqueda, con la finalidad de recuperar la seguridad perdida. (Yárnoz, S. compiladora (2008): “La Teoría del apego en la clínica, I: Evaluación y Clínica”. Editorial Psimática: Madrid).

Los patrones de interacción entre la madre o el padre y los niños, una vez establecidos, tienden a persistir en la mayoría de los casos. Una causa de dicha persistencia es el modo en que el progenitor trata al niño, ya que, para bien o para mal, tiende a continuar sin cambios. Cómo un cuidador trate a un niño se relacionará, en gran medida, con su personalidad.

Los progenitores que son sobre-protectores, o que maltratan a sus hijos, o que sufren adicciones, depresiones u otras enfermedades psiquiátricas, tienden a desviar el desarrollo de sus hijos a niveles sub-óptimos. Por el contrario, los progenitores cálidos, afectivos y que apoyan las iniciativas de sus hijos y sus necesidades de exploración, tienden a tener niños que crecen mentalmente sanos y psicológicamente maduros y creativos (Franz y colaboradores, 1994).



viernes, 14 de febrero de 2014

El efecto psicológico del desarraigo (alternancia en el uso de la vivienda familiar)

El estrés constituye un desequilibrio o alteración corporal producido a partir de la respuesta general o inespecífica de alarma o de emergencia de una persona ante las situaciones problemáticas o exigencias a las que se somete en la vida... Según sea percibida e interpretada la situación estímulo como amenazante o no amenazante a través de la correspondiente vivencia de la experiencia emocional, así se desencadenará o no la reacción o respuesta de estrés” (Carrobles y Godoy,  1987, pag 165 y 166). Los estresores sociales más significativos están recogidos en la Escala de Ajuste Social de Holmes y Rahe (SRRS), sobre la que se ha confeccionado la Escala de Acontecimientos Vitales o Schedule of Recient Experiences (SRE) (Holmes y Rahe, 1967). Estos son entre otros: muerte del cónyuge, divorcio, separación conyugal, encarcelamiento o confinamiento, muerte de un familiar cercano, enfermedad o lesión personal grave, matrimonio, incremento importante en las disputas conyugales, cambio importante en las condiciones de vida (nueva casa, deterioro vida vecindario), cambio de residencia…

A nivel psicológico puede decirse que, en toda situación de ruptura, hay muchos factores estresantes que inciden de forma directa en el comportamiento personal, tales como la vulneración de la sensación de seguridad, los supuestos de cohabitación y nuevas nupcias, los conflictos crónicos entre cónyuges, etc., debiendo destacarse, por su importancia, la existencia de una clara inestabilidad residencial y los problemas económicos como dos factores estresantes claves, directamente ligados a la vivienda familiar. De hecho, es evidente que el desplazamiento o alejamiento residencial tras el divorcio, la nulidad o la separación, puede interferir sustancialmente los contactos y relaciones sociales del que se desplaza.

A nivel afectivo, la importancia de la vivienda familiar es clave, pues determina condicionantes tan importantes como la estabilidad y el bienestar psicológico, siendo el espacio físico el determinante de la capacidad para tener uno o más hijos, uno u otro nivel de vida, de gasto y ahorro y de relación social. Precisamente, a nivel social la vivienda familiar condiciona desde la elección del colegio de los hijos al entorno medioambiental y a la calidad de la vida en función del barrio en el que se ubica. Además, en las situaciones de crisis familiar, la vivienda es quizás el elemento más importante del conflicto y punto clave en la negociación de los convenios reguladores. No se olvide que es en las situaciones de crisis familiar donde con mayor virulencia afloran los problemas de violencia de género, muchas veces ligados a la previsión de disponibilidad o no del que había sido el domicilio familiar.

La mudanza es una fuente de estrés y es también el origen de un trastorno profundo del plan emocional. Mudarse significa romper con un modo de vida, unos hábitos y un entorno familiar. A veces se asocia al miedo de no reencontrar lo que se ha perdido (unos vecinos amables y condescendientes, un hogar confortable, un entorno agradable...). Por supuesto, si la mudanza es impuesta por factores estresores negativos (paro, traslado forzoso, razones financieras), la experiencia es aún peor, incluso traumática. Además de causar una pérdida legítima de referentes, puede generar una pérdida de la autoestima, asociada a un sentimiento de fracaso. Con frecuencia, las consecuencias de una mudanza son la ansiedad latente, el estrés o la depresión.

Estas situaciones que activan sistemas psíquicos determinados, generan conductas y  mecanismos de defensa específicos y los síntomas y aspectos vulnerables recrudecen. También se puede observar en gente propensa a este tipo de respuestas, la desorganización psíquica. (Hugo Bleichmar, 1997). Esto  es el llamado sufrimiento por desarraigo, que se caracteriza por la presencia de  sentimientos de soledad, ansiedad de separación, sentimiento de indefensión, temores y sentimientos de desprotección.


viernes, 7 de febrero de 2014

Custodia compartida


Resulta indispensable la necesidad de separar conflicto conyugal y relación parental. El establecimiento de una relación conyugal, en la que dos sujetos buscan compartir una vida, puede finalizar con el divorcio. En ocasiones en el seno de esa unión surgen las relaciones parentales, en las cuales los progenitores establecen vínculos con los hijos comunes. Una y otras pueden funcionar correctamente, pero esto no implica que tengan que mantenerse juntas. Podemos dejar de ser pareja pero nunca dejamos de ser madres y padres. El divorcio afecta a la relación conyugal, pero debe procurarse que no afecte a las relaciones parentales. Sin embargo, las decisiones sobre la custodia monoparental potencian la eliminación de las últimas.

El divorcio puede ser o no un proceso conflictivo, pero, sin duda, afecta, con mayor o menor intensidad, a la estabilidad emocional del menor, puesto que, además de vivir el propio proceso de separación de sus padres, debe enfrentarse al hecho de renunciar a convivir de forma cotidiana con uno de ellos. Algunos de los factores emocionales que pueden verse alterados en el niño por el divorcio de sus padres son: bajada en el rendimiento académico, peor autoconcepto, dificultades en las relaciones sociales, dificultades emocionales como depresión, miedo, o ansiedad entre otras, y problemas de conducta.

El conflicto en la pareja no afecta por igual a las relaciones del padre y de la madre con sus hijos. La disminución de la calidad en la relación de pareja tiene unos efectos negativos superiores en las relaciones del padre y los hijos que en las de la madre y éstos (Amato & Keith, 1991; Belsky et al., 1991; Jouriles & Farris, 1992). Unos efectos que son, además, especialmente significativos en la relación padre-hija, que, por el contrario, es más sólida en el caso de aquellas parejas que presentan una buena relación.

Son muchos, cada vez más, los menores que cuando se les pregunta ante una separación con quien les gustaría estar dicen "con mamá y con papá" y es importante que nos adaptemos a las circunstancias y a la demanda creciente de que los padres se corresponsabilicen de sus hijos. En estas circunstancias la custodia compartida adquiere una ventaja sustancial colateral. El eje central de este régimen es la coparentalidad, es decir, "ambos [progenitores] deben tener los mismos derechos y responsabilidades que tenían sobre sus hijos antes de la separación”, lo que, por añadidura, constituye un derecho del niño. El objetivo es que los hijos puedan disfrutar el mayor tiempo posible de ambos, con un compromiso por parte de los padres de crear una atmósfera civilizada y respetuosa el tiempo que pasen con ellos. Recordemos algo básico y es que la ruptura se produce entre los padres, nunca los padres y los menores, que jamás deberían sufrir las consecuencias del divorcio sobre sus vidas.

Hasta hace poco el divorcio iba inevitablemente asociado a la desintegración de la familia, pero cada vez aparece más claro este concepto de que es una ruptura de pareja, no de la familia, que simplemente debe reorganizarse de manera distinta. Obviamente el divorcio va a afectar en distintas facetas de la vida familiar, económica, laboral, psicológica y socialmente, pero resulta especialmente importante a la hora de tomar cualquier tipo de decisión relacionada con este proceso tener presente la necesidad de garantiza y salvaguardar el bienestar del menor; basarse, definitiva, en el criterio del interés superior del mismo.

Es recomendable, entre otras cosas, que, aun estando separados, ambos se impliquen activa y ampliamente en las actividades diarias y en la vida de sus hijos mediante el contacto continuo y frecuente con ellos; que tengan en cuenta las consecuencias negativas de involucrar a los niños (o adolecentes) en sus conflictos e incluso "usarlos" para dañar al otro progenitor, así como lo conveniente de establecer una cooperación que permita asumir y participar en común en las decisiones relacionadas con los aspectos fundamentales de la vida de sus hijos. Ante la posibilidad de acuerdos y repartos igualitarios de tiempos, obligaciones, derechos y responsabilidades es muchisimo más fácil el cumplimiento de las medidas acordadas tras la separación.

Además, al disminuir el riesgo que enfrenta el niño frente a la separación y evitar las posibles consecuencias negativas, se asegura y protege el desarrollo armónico e integral del niño, desde el punto de vista emocional, psicológico y afectivo.  Es decir se garantiza el desarrollo integral del menor. 

Una abrumadora cantidad de estudios han coincidido en que los niños que mantienen un contacto regular con ambos progenitores tras el divorcio muestran mejores niveles de adaptación social y rendimiento académico que los niños criados en hogares monoparentales, y han puesto de manifiesto las imborrables y negativas huellas de la ausencia de uno de los padres durante la infancia y la adolescencia. 

Se han señalado, no obstante, una serie de desventajas que vendrían asociadas a este tipo de custodia, entre ellas la necesidad de adaptarse a dos hogares distintos. En muchas ocasiones, en cada uno rigen sus propios hábitos, reglas y horarios, lo que obliga a los niños a adaptarse a dos formas distintas de encarar la vida, a costumbres disímiles y a normas de educación diferentes. Ello, además de los problemas prácticos y logísticos subsidiarios, dado que es frecuente que enseres que el niño debe de utilizar un día hayan quedado en la otra casa el día anterior. Por tanto, se ha defendido que este sistema de alternancia de vivienda puede provocar inestabilidad emocional en los hijos. Sin embargo, diversos estudios han venido a relativizar la validez de estas inferencias.

En concreto han desvelado que, en su mayor parte es el enfado de un progenitor acerca de las diferencias de su modelo de educación y crianza respecto al del otro lo que genera problemas, más que las diferencias por sí mismas. Además, los menores establecen vínculos especiales con sus cuidadores desde el principio, y estos vínculos pueden ser diversos y distintos en función de las distintas relaciones. En la rutina diaria de cualquier familia intacta, los menores están adaptándose continuamente a los cambios que la vida familiar implica. Un ejemplo de ello son los múltiples vínculos que establecen con sus distintos cuidadores: abuelos, niñeras, docentes y padres. Estos cambios son aceptados de modo rutinario y no tienen por qué implicar desajuste en los menores. Los niños van de un lugar a otro, de un adulto a otro, sin expresar mayores problemas, y más en una sociedad en que ambos progenitores trabajan y es cada vez más frecuente que los hijos experimenten el cuidado de adultos distintos de sus padres la mayor parte del tiempo, sin que hayan experimentado ningún perjuicio en su estabilidad emocional.

No obstante y para concluir, que esta sea la opción idónea no quiere decir ni que sea la única ni la mejor en todos los casos, puesto que cada individuo y cada familia presenta una ideosincrásia única y siempre habrá que evaluar cada caso de manera particular.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Sobre el apego o la vinculación



El apego es un vínculo afectivo especial que establece un individuo respecto a otro que entiende como importante e irremplazable, por presentar las siguientes características: base segura, búsqueda de proximidad con respecto a la figura de apego, especificidad de la figura de apego (en la infancia suele ser la madre y/o el padre), protesta de separación y modelos internos operativos, relativamente estables, inconscientes y consistentes, que reflejan la percepción que tiene el sujeto respecto a la accesibilidad y la capacidad de respuesta de la figura de apego. El apego es un constructo hipotético, pero las conductas de apego sí pueden observarse. Para desarrollarse  intelectual, emocional, social y moralmente, el niño necesita, en cada de estas áreas, gozar regularmente y durante un largo período de su vida de un vínculo afectivo fuerte, cercano, recíproco y estable, el cual desempeña una función muy importante en su bienestar. El vínculo o apego es una relación afectiva positiva, incondicional y duradera que se caracteriza por el placer mutuo de estar juntos y el deseo de mantener ese cariño. Las interacciones positivas con personas que lo cuidan de forma estable generan en el niño un sentimiento de bienestar y van creando una seguridad básica. El niño necesita recibir de su madre/padre o persona que lo cuida demostraciones de cariño, y atención, de un modo continuo, diario y estable. Así el niño va desarrollando seguridad y confianza y el sentimiento de ser valioso e importante. El niño necesita dar y recibir afecto. Para el niño el vínculo de apego es totalmente indispensable y necesario para un desarrollo adecuado. La calidad del vínculo o apego está determinada por la capacidad del adulto de ponerse en el lugar del niño, de lograr sentirse como él se siente. En la iniciación y mantenimiento de un vínculo de afecto positivo es muy importante la sensibilidad de la madre/padre a las señales del niño.



Los patrones de interacción entre la madre o el padre y los niños, una vez establecidos, tienden a persistir en la mayoría de los casos. Una causa de dicha persistencia es el modo en que el progenitor trata al niño, ya que, para bien o para mal, tiende a continuar sin cambios. El modo en que un cuidador trate a un niño determinará, en gran medida, su personalidad.



Los progenitores que son sobreprotectores, o que maltratan a sus hijos, o que sufren adicciones, depresiones u otras enfermedades psiquiátricas, tienden a desviar el desarrollo de sus hijos a niveles subóptimos. Por el contrario, los progenitores cálidos, afectivos y que apoyan las iniciativas de sus hijos y sus necesidades de exploración, tienden a tener niños que crecen mentalmente sanos y psicológicamente maduros y creativos (Franz y colaboradores, 1994). Cuando no existen obstáculos a mayores, se logra establecer un adecuado vínculo afectivo entre los progenitores y sus hijos. Al existir un apego seguro, existe óptimo desarrollo físico-nutricional, no se interfiere en el aprendizaje del menor por ensayo-error, no se busca manipular el comportamiento del menor en función de la propia angustia, se comprende e interacciona de un modo natural con el mundo infantil-simbólico del niño.