viernes, 31 de enero de 2014

Sobre el acoso laboral o mobbing

El acoso moral, es un riesgo laboral emergente, del que hace poco más de veinte años no se había tomado conciencia. Los estudios pioneros de Leymann alcanzan España a finales de los años noventa. Inflingido por personas conocidas y en algunos casos apreciadas o valoradas (inicialmente), destruyendo a la víctima en múltiples y diferentes esferas vitales (familiar, social, física, psicológica, etc.), haciéndola dudar de su capacidad personal, profesional y de su cordura. Es un proceso eterno, que cuanto más explícito se hace para los ojos de la víctima, con mayor silencio se lleva, impidiendo la recuperación y el asesoramiento técnico o, mucho más sencillo, el apoyo de aquellos que le estiman.

Conlleva vergüenza, ira, disminución de la autoestima, convencimiento de vivir en un mundo no gratificante, que aquello para lo que se ha preparado la persona es un teatro vacío de gente y que, entre bambalinas, se encuentra el enemigo acechante.

El acoso psicológico en el trabajo o “mobbing” es considerado un severo estresor psicosocial, una forma característica de estrés laboral, que puede afectar seriamente el funcionamiento cotidiano de aquellos que lo padecen. Presenta la particularidad de que no ocurre exclusivamente por causas directamente relacionadas con el desempeño del trabajo o con su organización, sino que tiene su origen en las relaciones interpersonales establecidas en cualquier empresa entre los distintos individuos (Martín, F. y Pérez, J. [2001]: “El hostigamiento psicológico en el trabajo: mobbing”. Madrid: Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales).

Los rasgos más característicos del mobbing, para ser considerado como tal, independientemente de los tipos, la clase o la fase en la que se encuentre el proceso, se pueden resumir en: la existencia de una situación de asimetría en cuanto a fuerzas (de poder, económicas, sociales, físicas, etc.), una intencionalidad por parte del agresor, el desarrollo siguiendo un patrón de frecuencia y duración, presencia de una clara destinación (a una o más personas constantemente), una manifestación inicial sutil y/o oculta y la existencia de un objetivo definido, generalmente “librarse” de una persona incómoda, ya sea por motivos personales, sindicales o económicos (Generalitat de Catalunya, 2003).

Distintos estudios han puesto de manifiesto que el acoso psicológico se encuentra fuertemente relacionado con diferentes problemas de salud, como por ejemplo alteraciones del sueño, ansiedad, problemas psicosomáticos, irritabilidad y depresión (Brodsky, 1976; Leymann, 1992; Mikkelsen y Einarsen, 2002; Zapf, Knorz y Kulla, 1996). Otros efectos comunes del padecimiento del mobbing son la apatía, la indefensión y los sentimientos de desesperanza. No es de extrañar que algunas víctimas sientan que su salud, tanto física como mental, se encuentra arruinada y que nunca volverán a funcionar con normalidad (Leymann, H. [1996]: “Contenido y desarrollo del acoso grupal/moral (<mobbing>) en el trabajo”. European Journal of Work and Organizacional Psychology, 5, (2), 165-184).

“Este tipo de violencia tiene la característica diferencial […] de no dejar rastro ni señales externas, a no ser las del deterioro progresivo de la víctima, que es maliciosamente atribuido a otras causas” (Piñuel, I. [2001]: “Mobbing. Cómo sobrevivir al acoso psicológico en el trabajo”. Madrid: Punto de lectura).

No existe como tal un diagnóstico de mobbing. Inicialmente se utilizaba el Trastorno por Estrés Postraumático (TEPT) en el que la persona debe haber estado expuesta a un acontecimiento estresante y extremadamente traumático que represente un peligro para su vida o cualquier otra amenaza para su integridad física (APA, 1994); esto supone un problema en el caso del mobbing puesto que las acciones típicas de acoso son predominantemente agresiones no físicas (Björkqvist y cols., 1994; Zapf y cols., 1996; Einarsen, 2000;). Con este fin se han propuesto diagnósticos alternativos para las víctimas de acoso, como por el ejemplo, el trastorno por estrés agudo o el trastorno adaptativo. El trastorno por estrés agudo se diferencia del TEPT en que el cuadro sintomático del primero debe aparecer y resolverse en las primeras cuatro semanas posteriores al acontecimiento traumático. Respecto al trastorno adaptativo el factor estresante puede tener cualquier intensidad y es apropiado tanto cuando las respuestas a un desencadenante extremo no reúnen los criterios para un TEPT, como cuando el estrés postraumático aparece en respuesta a desencadenantes no excesivamente amenazantes para la integridad física. No obstante, una vez que el estresor haya cesado, la sintomatología no debe durar más se seis meses. La duración de los síntomas postraumáticos en víctimas de acoso excede notablemente los criterios temporales que los trastornos mentales mencionados proponen.

No existe una denominación oficial en el DSM-IV para el acoso psicológico, así que según Piñuel (2003) “la práctica clínica ha definido ya la expresión síndrome de estrés por coacción continuada (SECC)” para las víctimas de una serie de acontecimientos estresantes mantenidos en el tiempo. En este síndrome y adecuándolo al de estrés postraumático, se cumplen los siguientes 23 puntos:
1. Estrés prolongado.
2. Este estrés mantenido produce depresión reactiva.
3. La víctima no suele ser consciente del acoso, y si lo es, lo niega.
4. Experimenta la invasión de recuerdos de las violencias padecidas.
5. Insomnio y pesadillas vívidas.
6. Los acontecimientos son revividos de forma constante.
7. Se desencadenan miedo, ansiedad, ataques de pánico por la anticipación de los hechos.
8. Se producen síntomas somáticos del tipo palpitaciones y temblores.
9. Entumecimiento o insensibilidad en las extremidades.
10. Se evita decir o hacer cualquier cosa que recuerde el acoso.
11. Dificultad de emprender otras tareas en el campo en el que se desarrolló en acoso.
12. Deterioro de la memoria.
13. Focalización en el acoso laboral, excluyendo otras esferas de su vida.
14. Aislamiento.
15. Anhedonia.
16. Melancolía.
17. Dificultad de conciliar el sueño pese a la fatiga.
18. Alta irritabilidad.
19. Alteración de la capacidad de concentración.
20. Hipervigilancia.
21. Hipersensibilidad a la crítica.
22. La recuperación no se da, o se da al cabo de entre dos y cinco años.
23. Deterioro extremo de la vida social.
(Soria Verde, Miguel Ángel (coordinador)(2007): “Manual de Psicología Jurídica e investigación criminal”. Madrid: Pirámide).


viernes, 24 de enero de 2014

Inteligencia Emocional

¿Por qué personas extremadamente inteligentes no tienen éxito en la vida? Desgraciadamente la inteligencia no nos da la experiencia ni la preparación necesaria para "sobrevivir" en el día a día o salir airoso de todos los baches que se nos pueden presentar. En ocasiones, personas muy inteligentes fracasan una y otra vez en determinados aspectos de su vida (familia, pareja, amigos, trabajos, etc).

Sin embargo, seguro que todos conocemos a alguien con éxito, un triunfador de la vida, pero ¿nos hemos parado a pensar que tiene? No, la respuesta correcta no es "dinero". Probablemente, si le observamos bien encontraremos cualidades tan importantes como el autocontrol, la automotivación, el control de sus emociones, la destreza social y la empatía entre otras. Esta persona es inteligente emocionalmente, conoce sus emociones, las regula y las usa en su propio beneficio. Citando a Aristóteles, podríamos decir que tiene "la infrecuente capacidad de enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto".

Thorndike, ya en 1920, utilizó el término Inteligencia Social para describir la habilidad de comprender y motivar a otras personas. En 1990 Peter Salowey y John Mayer utilizan el termino Inteligencia Emocional entendida como la capacidad  de controlar y regular  los sentimientos de uno mismo y de los demás y utilizarlos para guiar el pensamiento y las acciones, la habilidad para comprender emociones y equilibrarlas.

Según Daniel Goleman, los componentes de la Inteligencia Emocional incluirían tanto habilidades internas, tales como el autoconocimiento, la motivación y el control de las emociones; como habilidades externas, entre ellas la empatía y las habilidades sociales, que engloban aptitudes relacionadas con la popularidad, el liderazgo y la eficacia interpersonal.

- Conciencia propia (autoconciencia o autoconocimiento): conocimiento de las propias emociones, de uno mismo, en un momento concreto, definiendo unas cirsunstancias internas y externas, que nos ayudará a comprender mejor nuestros sentimientos y el porqué pensamos, sentimos, nos conportamos y nos relacionamos de una forma concreta. Enumeramos las emociones básicas:
       - Ira: rabia, enojo, cólera, furia.
       - Tristeza: desconsuelo, melancolía, pena, nostalgia.
       - Miedo: inseguridad, temor, terror, pánico.
       - Alegría: entusiasmo, gozo, satisfacción, euforia.
       - Desprecio: aversión, disgusto, asco, repulsa.
       - Vergüenza: rubor, timidez, culpa, humillación.
       - Sorpresa: asombro, fascinación, desconcierto.

- Control de las emociones (autocontrol): capacidad para gestionar de forma correcta nuestras emociones, sin permitir que sean ellas las que nos controlen y adecuar nuestros sentimientos a las situaciones. Conlleva un mejor manejo de la frustración, del estrés y de la ira. Se trata de que todas las emociones, tanto las negativas como las positivas, se experimenten y se expresen de forma adecuada.

- Automotivación: de qué manera puedo aprovechar mis emociones para conducir mi energía en una dirección específica y para un fin determinado. Robbins (1999) define la motivación de la siguiente forma: “Es lo que impulsa a una persona a actuar de determinada manera o, por lo menos, que origina una propensión hacia un comportamiento específico. Ese impulso puede ser provocado por un estímulo externo al individuo, o puede ser generado internamente. Es un proceso que conduce a la satisfacción de algo”.

- Empatía: reconocimiento y comprensión de las emociones de los otros, capacidad de ponerme en su lugar o asumir un punto de vista ajeno a mi. Las personas con una mayor capacidad de empatía son las que mejor saben "leer" dentro de los demás, siendo capaces de captar una gran cantidad de información sobre otra persona a partir de su comunicaión no verbal, sus palabras, el tono de su voz, su postura, su expresión facial, etc.

- Habilidades sociales: capacidad de ejecutar una conducta de intercambio con resultados favorables, de interactuar con el entorno de manera aceptable. Serían un ejemplo de estas habilidades: la asertividad (cualidad de una persona que expresa con facilidad y sin ansiedad su punto de vista y sus intereses, sin negar los de los demás),
la comunicación (proceso por el cual los individuos condicionan recíprocamente su conducta en una relación interpersonal), el liderazgo (habilidad que le permite a un individuo el empleo de los recursos de poder necesarios para influir en las conductas de los miembros del grupo) y la resolución de conflictos (capacidad para afrontar las críticas y utilizarlas de manera constructiva).

viernes, 17 de enero de 2014

Perfil delictivo de individuos con trastornos de la personalidad



En la estructura de la personalidad pueden haber intervenido factores ambientales que afectaron al embrión o quizás incluso al niño. Aunque consideramos las direcciones y propiedades fundamentales y generales de la personalidad como congénitas y dadas. La personalidad es una unidad biológica, psicológica y social.
 

El trastorno de la personalidad se pone en evidencia desde los primeros años de vida; son individuos parcial o totalmente desadaptados a su realidad ambiental, promoviendo por esta causa sufrimiento para consigo mismo o para los demás.

Si bien no podemos hablar de personalidad delincuente (ya que no existe una constelación fija de atributos de la persona infractora de la ley), se ha comprobado que los delincuentes sistemáticos presentan elevación significativa de rasgos tales como: hostilidad, búsqueda de sensaciones, desviación psicopática, hipomanía y depresión; así como baja puntuación en ajuste emocional y actividad. La impulsividad en estos casos genera una violencia desproporcionada.

Podemos decir entonces, que el trastorno de personalidad es la formación y desarrollo deficiente e inadecuada de los componentes estructurales de la personalidad, que en su interrelación con el medio, tanto social como biológico, han dejado de incorporar los beneficios y/o incorporado elementos nocivos.

A pesar de que han sido muchos los estudios que han analizado la relación entre psicopatología y delito aún no se ha llegado a conclusiones definitivas sobre este tema. Los estudios que han encontrado relación entre psicopatología y delito coinciden en señalar que las tasas de violencia difieren entre las diferentes categorías diagnósticas sugiriendo que es esencial analizar separadamente cada una de ellas en relación al riesgo específico de conducta violenta.

Trastorno antisocial de la personalidad:
De todos los trastornos de personalidad, el actualmente denominado trastorno antisocial es el que más interés tiene desde un punto de vista forense. La característica esencial del trastorno antisocial de la personalidad es un patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás. Este patrón ha sido denominado también psicopatía, sociopatía o trastorno disocial de la personalidad.

La conflictividad social marca el rasgo fundamental de la clínica de estas personalidades. Encontramos en ellos, hurtos, peleas, pertenencia a pandillas marginales violentas, escaso rendimiento laboral, mentiras patológicas, etc. A todo lo anterior hay que sumar absoluta falta de remordimientos y de ansiedad, marcada pobreza afectiva y falta de motivación en la mayoría de sus conductas antisociales.

En relación a los factores etiológicos de la conducta psicopática y antisocial, se ha sostenido que estas conductas son consecuencia casi exclusiva del medio ambiente y que existe una estrecha relación entre variables de tipo social y el desencadenamiento y mantenimiento de la delincuencia. Una simple observación evidencia gran similitud de situaciones sociales entre la mayoría de las personas que ingresan en prisión. Situaciones tales como: grado de educación, tipo de familia, clase de trabajo del jefe de hogar, ambiente social, falta de escolarización, etc., son denominadores comunes en la mayoría de los internos de las prisiones. Estos internos suelen pertenecer a las capas más bajas, tanto económica como socialmente. Numerosos estudios han confirmado la relación existente entre determinadas características económicas, educativas, sociales y culturales con respuestas antisociales. Las situaciones sociales desfavorables son comunes a amplios sectores de la población, y sin embargo, es una minoría, aunque relativa y desgraciadamente numerosa, la que comete actos delictivos. Por otra parte, en sectores de población con situaciones sociales favorables, también se producen actos antisociales. Todo ello nos lleva a pensar que los factores ambientales no explican del todo, por sí mismos, la aparición de conductas antisociales.

El trastorno de personalidad antisocial se relaciona con el crimen, la violencia y la delincuencia. Las características esenciales incluyen antecedentes de trastorno de la conducta a un nivel crónico. Estos individuos tratan a los demás de manera insensible, sin preocupación aparente; parece que no sienten ninguna culpa, incluso cuando dañan a las personas más cercanas a ellos mismos. La excitación de aprovechar las oportunidades y manipular a los otros es su principal motivación.

La peligrosidad de las personalidades antisociales es obviamente muy elevada ya que es su conducta antisocial la que caracteriza al cuadro clínico. No obstante, no podemos identificar psicopatía con delincuencia, ya que si bien es verdad que existen psicópatas delincuentes, no todos los delincuentes son psicópatas (Cabrera y Fuertes, 1997).

Las personalidades antisociales se ven con frecuencia envueltas en multitud de actitudes delictivas como autores, encubridores o cómplices. Su desprecio por las normas de convivencia, su frialdad de ánimo y su incapacidad para aprender por la experiencia los hace eminentemente peligrosos (Cabrera y Fuertes, 1997).

Sus delitos más frecuentes son delitos contra las personas, en forma de lesiones, homicidios, riñas, delitos de violación, abusos deshonestos, violación de domicilio, delitos contra la propiedad en forma de hurtos y daños, delitos contra la seguridad como pueden ser incendios y delitos de atentado y resistencia a la autoridad y desacato.

La tipología de la conducta antisocial o delictiva varía entre las diferentes categorías diagnósticas. Esta diferenciación de subgrupos de delincuentes puede ser útil en el diseño de programas de prevención y tratamiento. Una evaluación específica puede proporcionar una mejor clasificación diagnóstica que puede resultar en tratamientos más individualizados y adecuados y esto a su vez llevaría a mejores resultados del tratamiento (Vermeiren, 2003).

El conocimiento de que una persona presenta un trastorno mental, por sí sólo es de uso limitado de cara a la prevención de la conducta violenta. Esto se debe a que la mayoría de los individuos con trastorno mental no son violentos y que la mayoría de los individuos violentos no tienen un trastorno mental. Los factores, tanto individuales como ambientales asociados con la conducta violenta en personas con trastornos mentales requieren de más investigación. Hay una necesidad para ampliar el uso de instrumentos validados para la evaluación de la futura conducta violenta en esta población e implementar programas de tratamiento que sean efectivos en la prevención de la conducta violenta.

La peligrosidad de las personalidades antisociales es obviamente muy elevada ya que es su conducta antisocial la que caracteriza al cuadro clínico. No obstante, no podemos identificar psicopatía con delincuencia. Si bien es verdad que existen psicópatas delincuentes, no todos los delincuentes son psicópatas.

Las personalidades antisociales se ven con frecuencia envueltas en multitud de actividades delictivas como autores, encubridores o cómplices. Su desprecio por las normas de convivencia, su frialdad de ánimo y su incapacidad para aprender por la experiencia los hace eminentemente peligrosos.

Respecto a la imputabilidad de los trastornos de la personalidad y más concretamente del trastorno antisocial de la personalidad, el tema ha sido muy debatido ya que en sentido estrictamente jurídico-psicológico estos sujetos tienen conocimiento de la ilicitud de sus acciones y voluntad clara de infringir la norma legal. Por esto, muchos autores ven en ellos absoluta imputabilidad, criterio este también predominante entre los jueces. Por otro lado, están los autores que encuentran alterada la voluntad por la incapacidad para sentir abogando por la existencia de semiimputabilidad. Finalmente, están los autores que les consideran inimputables al equiparar el trastorno antisocial a una enfermedad mental, aconsejando sustituir las penas privativas de libertad por medidas de seguridad.

En suma, la psicopatía sólo atenúa la responsabilidad en casos excepcionales en los que puede objetivarse una disminución de la voluntad. En estos casos excepcionales tendría que venir aparejado con medidas de prevención y tratamiento.

viernes, 10 de enero de 2014

Influencia de los trastornos de personalidad en conductas delictivas



DEFINICION:
En el DSM-IV-TR, sistema de clasificación de la A.P.A. (Asociación Americana de Psiquiatría) se entiende por trastorno de personalidad, un patrón permanente e inflexible de experiencia interna y de comportamiento que se aparta acusadamente de las expectativas de la cultura del sujeto, tiene su inicio en la adolescencia o principio de la edad adulta, es estable a lo largo del tiempo y comporta malestar o prejuicios para el sujeto".

La clasificación de este tipo de trastornos que hacen tanto el DSM-IV como la CIE-10 parte de una perspectiva categorial, cuyo antecedente se encuentra en el modelo clásico de Kurt Schneider, en el sentido de considerar "los trastornos de la personalidad como entidades patológicas individuales y delimitadas entre sí". Es decir, cada trastorno constituye una categoría diagnóstica y se sustenta en alteraciones específicas.

El DSM-IV define los rasgos de personalidad como "patrones persistentes de formas de percibir, relacionarse y pensar sobre el entorno y sobre uno mismo que se ponen de manifiesto en una amplia gama de contextos sociales y personales". 

El trastorno de la personalidad se da cuando estos rasgos, que son egosintónicos (es decir, la persona se siente bien como es, o en todo caso percibe su sufrimiento emocional como algo inevitable, sin relación alguna consigo mismo, con su manera de ser y comportarse), se hacen inflexibles y desadaptativos (hacia el final de la adolescencia se consolidan de forma permanente y estable), y cuando causan un deterioro funcional significativo o un malestar subjetivo.

"Un hecho fundamental diferencia al paciente con trastorno de personalidad del paciente neurótico: los síntomas de este último son autoplásticos, es decir, repercuten en su propio perjuicio y sufrimiento, y son por ello experimentados como egodistónicos. Los síntomas del trastorno de la personalidad son aloplásticos, esto es, repercuten en los demás y son plenamente aceptados por el ego del paciente.

TIPOLOGÍA:
En el DSM-IV, se distinguen diez tipos de trastornos de personalidad, reunidos en tres grupos, por las similitudes de sus características:

A. Raros o excéntricos:
- Paranoide (desconfianza excesiva o injustificada, suspicacia, hipersensibilidad y restricción afectiva).
- Esquizoide (dificultad para establecer relaciones sociales, ausencia de sentimientos cálidos y tiernos, indiferencia a la aprobación o crítica).
- Esquizotípico (anormalidades de la percepción, del pensamiento, del lenguaje y de la conducta, que no llegan a reunir los criterios para la esquizofrenia).

Este grupo de trastornos se caracteriza por un patrón penetrante de cognición (por ej. sospecha), expresión (por ej. lenguaje extraño) y relación con otros (por ej. aislamiento) anormales.

B. Dramáticos, emotivos o inestables:
- Antisocial (conducta antisocial continua y crónica, en la que se violan los derechos de los demás, se presenta antes de los 15 años y persiste en la edad adulta).
- Límite (inestabilidad en el estado de ánimo, la identidad, la autoimagen y la conducta interpersonal).
- Histriónico (conducta teatral, reactiva y expresada intensamente, con relaciones interpersonales marcadas por la superficialidad, el egocentrismo, la hipocresía y la manipulación).
- Narcisista (sentimientos de importancia y grandiosidad, fantasías de éxito, necesidad exhibicionista de atención y admiración, explotación interpersonal).

Estos trastornos se caracterizan por un patrón penetrante de violación de las normas sociales (por ej. comportamiento criminal), comportamiento impulsivo, emotividad excesiva y grandiosidad. Presenta con frecuencia acting-out (exteriorización de sus rasgos), llevando a rabietas, comportamiento auto-abusivo y arranques de rabia.

C. Ansiosos o temerosos:
- Evitativo (hipersensibilidad al rechazo, la humillación o la vergüenza; retraimiento social a pesar del deseo de afecto, y baja autoestima).
- Dependiente (pasividad para que los demás asuman las responsabilidades y decisiones propias, subordinación e incapacidad para valerse solo, falta de confianza en sí mismo).
- Obsesivo-compulsivo (perfeccionismo, obstinación, indecisión, excesiva devoción al trabajo y al rendimiento; dificultad para expresar emociones cálidas y tiernas).

Este grupo se caracteriza por un patrón penetrante de temores anormales, incluyendo relaciones sociales, separación y necesidad de control.

viernes, 3 de enero de 2014

Riesgo de reincidencia en agresores sexuales

Desde que el pasado 21 de octubre de 2013 el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo derogase la Doctrina Parot son muchos los presos que está desfilando camino a la libertad desde nuestras cárceles: terroristas de ETA, pero también violadores, pederastas y asesinos.

Hemos visto hacerlo, entre otros, a Miguel Ricart, asesino de las tres niñas de Alcàser; Pablo García Ribado, conocido como el violador del portal; Pedro Luis Gallego, violador del ascensor; Pedro Antonio Seco, el asesino de Villarrobledo; Emilio Muñoz Guadix, asesino de Anabel Segura; Arturo Abal Iglesias, condenado por seis delitos de violación a sus hijas; Juan Manuel Valentín Tejero, condenado por el rapto, violación y asesinato de la niña de 9 años Olga Sangrador durante, precisamente, un permiso penitenciario... Salen a veces a cara tapada para que no se los reconozca y cada salida nos deja incognitas abiertas ¿están rehabilitados?, ¿están preparados para la reinserción?, ¿se está protegiendo a las víctimas?, ¿hay riesgo de reincidencia de estos delincuentes?.

Dejando a un lado a los terroristas, vamos a centrarnos en uno de los temas que, quizás, está creando más alarma social: la puesta en libertad de delincuentes sexuales, de agresores con tendencias predatorias y pulsiones irrefrenables.

"Existe la creencia generalizada de que los delincuentes sexuales presentan una casi segura probabilidad de reincidencia. Sin embargo, la reincidencia de los agresores sexuales es, como grupo, baja, y se estima a nivel mundial de en torno al 20% (Lösel, 2002; Quinsey, Rice, y Harris, 1995). (El promedio general de la reincidencia de los delincuentes –no específicamente sexuales— es de alrededor del 50%). No obstante, la distribución de la reincidencia es muy heterogénea y oscila entre aquellos casos de un solo delito conocido, y, en el extremo opuesto, los agresores en serie, que cometen decenas de delitos a lo largo de sus carreras criminales". (Papeles del Psicólogo, septiembre 2007, número 3, vol 28).

La probabilidad de reincidencia de un agresor sexual va a depender de factores de riesgo como los siguientes:
- La edad (mayor cuanto más jóvenes).
- Historial delictogénico anterior (antecedentes de conducta violenta no sexual, antecedentes de delitos no violentos).
- Reincidencias o fracaso en las medidas de supervisión previas (es decir, posible incumplimiento de las obligaciones o medidas anteriormente impuestas por los tribunales o los servicios de justicia, como por ejemplo, un permiso de salida, libertad vigilada o libertad condicional, etc.).
- Psicopatologías existentes (psicopatía, trastorno mental grave: presencia de psicosis, manía, retraso mental o discapacidad neuropsicológica grave).
- Ideación suicida u homicida (impulsos, imágenes e intenciones verbalizadas de hacerse daño a sí mismo o a otros).
- Abuso de alcohol y otras drogas.
- Múltiples víctimas y víctimas desconocidas.
- Uso de la violencia al consumar el delito (utilización de armas o amenazas de muerte).
- Puesta en riesgo físico de la víctima y gravedad del daño físico o psicológico ocasionado a la víctima de las agresiones sexuales.
- Frecuencia de delitos sexuales graves (tanto el tiempo transcurrido entre los delitos, como el riesgo de las conductas delictivas realizadas).
- Victimización preferente de menores.
- Acciones excéntricas y/o rituales.
- Falta de reconocimiento del delito y de arrepentimiento por el mismo, minimización extrema o negación de las agresiones sexuales o actitudes que apoyan o toleran las agresiones sexuales, bajo grado de empatía (capacidad de ponerse en el lugar del otro).
- Desadaptación laboral y familiar (problemas al establecer o mantener relaciones de pareja íntimas o estables, y problemas para conseguir y mantener un trabajo estable).  
- Inestabilidad en las relaciones interpersonales en general.
- Ausencia de motivación para el tratamiento o no de adhesión al mismo.
- Recursos personales deficientes.
- Funcionamiento psicosexual del individuo (desviación sexual, diagnóstico de parafilia, patrón de arousal sexual anormal y disfuncional, padecimiento de abusos sexuales en la infancia).

Es labor de, entre otros, el psicólogo forense evaluar el riesgo de reincidencia de un delincuente y emitir un informe en el que avale o desaconseje la puesta en libertad, basado en la exploración psicopatológica del individuo y en pruebas psicológicas específicas, como las siguientes:
- Cuestionario de Fantasías de O´Donohue et. al. de 1997 (adaptado por José Cáceres en 1999), para la subpoblación de pedófilos.
- Cuestionario de Fantasías Sexuales de Wilson de 1988 (adaptado por José Cáceres).
- S.S.I. (Survey of sexual Interactions) y B.I.Q. (Blackground Information Questionnaire), que identifican disfunciones y problemas sexuales específicos.
- MMPI-2 (Minnesota Multiphasic Personality Inventory [S.R. Hathaway & J.C. McKinley]). Inventario de personalidad, utilizado en la evaluación de psicopatología en adultos en los contextos clínicos, médicos, forenses.
- CAQ (Clinical Analysis Questionnaire [Samuel E. Krug]). Evaluación de 12 variables clínicas de la personalidad.
- MCMI-III (Inventario Clínico Multiaxial de Millon-III). Evaluación de 4 escalas de control, 11 patrones clínicos de personalidad, 3 rasgos patológicos, 7 síndromes de gravedad moderada y 3 síndromes de gravedad severa.
- Test de Rorschach de H. Rorschach y H. Zulliger. Método proyectivo de psicodiagnóstico creado para la evaluación de diversos aspectos de la personalidad profunda.
- Tests de Apercepción Temática (T.A.T) de H.A. Murray. Evaluación de diversos aspectos de la personalidad (impulsos, emociones, sentimientos, complejos, conflictos, etc.).
-PCL-R. Escala de Evaluación de Psicopatía de Hare Revisada de R.D. Hare. Instrumento de medida de la psicopatía en contextos forenses, clínicos y de investigación.
- SVR-20: Manual de valoración del riesgo de violencia sexual. Esta guía de valoración de riesgo ha sido traducida y adaptada para población penitenciaria española por Martínez, Hilterman y Andrés Pueyo (2005), del Grupo de Estudios Avanzados en Violencia (GEAV) de la Universidad de Barcelona.

En conclusión, mientras se decide si se introducen o no cambios legislativos necesarios que salvaguarden a las víctimas y si se arbitra la puesta en práctica medidas de prevención y vigilancia adecuadas y de seguimiento (registros públicos de delincuentes sexuales, pulseras electrónicas, castración química, tratamientos terapéuticos obligatorios tanto dentro como fuera de la cárcel, psicofármacos, gonadectomía, etc.), somos partidarios de la utilización de las herramientas que tenemos y de los informes técnicos multidisciplares (psicólogos, psiquiatras, juristas, criminólogos, educadores, trabajadores sociales, etc.). Dotemos a nuestras instituciones de expertos y de medios adecuados y hagamos uso de ellos y de sus informes. El problema que se nos presenta no es si estos delincuentes salen o no a la sociedad, el problema principal es que no se les evalúa correctamente y que no se toman medidas preventivas antes de las puestas en libertad.

Aunque en lo referente a la predicción de la conducta humana nunca se puede hablar de certezas absolutas, sí podemos evaluar en qué medida están presentes los riesgos de reincidencia y de violencia sexual de cada individuo y hablar de probabilidades. Es obvio que a mayor número de factores de riesgo presentes, mayor probabilidad de reincidencia y en cada caso debe evaluarse el riesgo global en función de los factores que se combinen. Tengamos, finalmente, en cuenta la necesidad de condenas de tipo "permanentes revisables" en las que la evaluación de un equipo multidisciplinar sea la que recomiende si el individuo esta preparado o no para la reinserción social.